viernes, junio 30, 2006

Ronda de los buscadores (Ia)

- yo supe de esa historia. la conocí- dijo.
- ¿y a ella?
- no, a ella no, sólo la historia
- una mujer que tiene el mapa del mar en las pupilas. dónde buscarla. dónde.

Ronda de los buscadores (II)

Bajando por la calle de los Mártires Irlandeses hay un pequeño bar. Desde la calle se ve sólo una franja de luz que sale por la ventana. Ahí, los jueves se reunen los buscadores. No saben entre sí qué es exactamtente lo que los otros buscan. Pero claro, hay rumores.

Cansado de buscar debajo de los despertadores de todos los hoteles, decidió dejarlo. Hay de formas a formas de tratar de encontrarse con las cosas, pero él había elegido la peor desde el principio.

Se cuenta por ejemplo, que aquel, el último de la barra, busca una mujer que no tiene lunares, y sale de madrugada a cantar una canción de Tom Waits que habla de unos pájaros.
El hombre pequeño, el que está sentado junto al despachador de cigarrillos, busca en todas las ciudades una calle que en sus sueños tiene el nombre de un amigo de su infacia. No lo ha visto desde que tenían doce años, pero lo sueña convertido en héroe de guerra, miembro del Batallón de San Patricio. En el sueño, su amigo recibe como condecoración una placa con su nombre, igual a las que se colocaron en todas las esquinas de esa calle.
Aquel que aparenta mirar con atención hacia el frente hace mucho que se ha quedado ciego buscando grietas en la luz. Los cuatro hombres de la mesa del fondo no hablan nunca. Llegan temprano, vestidos rigurosamente de negro, uno de ellos señala una cerveza y extendiende los dedos de la mano izquierda llevando el pulgar hacia la palma para decir “cuatro”. Sin hablar. Nunca. Solían ser cinco. Se cuenta que están buscando a Butch, el último hombre que vio con vida a su hermano. El quinto hombre. Suponen que es su asesino, o al menos sabe quién lo mató. Quieren venganza. En algún momento uno de ellos saca un cigarrillo. Sin mirar a nadie en particular. Lo enciende, escupe una hebra de tabaco, se levanta y sale. Los otros lo siguen en silencio. Tras ellos el bar está cerrando. Lo sabemos porque desde la esquina ya no se ve la franja de luz.

Ahí llegó, digamos, por azar. Aunque es en verdad un dato inexacto y quizá hasta falso. Es verdad, Tem estaba cansado de buscar aquello debajo de los despertadores, y en estos casos eso significa rendirse, ya no ser un buscador. Pero en realidad no se puede dejar de lado lo que uno lleva mezclado con la sangre, y esa noche buscaba un bar que estuviera abierto después de la hora reglamentaria. El taxista, en realidad un escritor que había encontrado en el volante la forma más barata de allegarse historias descabelladas, conocía aquel bar por boca de un cliente. Ese cliente, en realidad otro joven escritor, estaba convencido de su incapacidad para escribir. Por eso subía cada noche a un taxi, y le contaba al conductor complicadísimas historias de su vida, de vidas suyas, pero diferentes cada vez. Este joven le contó que había en el bar de la calle Mártires Irlandeses un hombre seriamente interesado en encontrar el disco de Odín, único objeto que tenía un solo lado. Lo terrible era que el disco había caído en alguna parte de ese bar con la cara inexistente hacia arriba. Aterrador, aterrador repetía en voz baja haciendo movimientos casi espasmódicos con los ojos, tratando sin embargo, parecer natural.
Persiguiendo un contacto más directo con esa historia, el taxista pasó una noche buscando al tipo en el bar de la calle Mártires Irlandeses. Ahora Tem estaba ahí mirando a todos aquellos buscadores. Todos continuaron haciendo lo que hacían, pero sin perderlo de vista. Todos excepto los cuatro hombres que en silencio repitieron su rutina: cigarro, encendedor, hebra, calle.
Se vestían rigurosamente de negro. Siempre en silencio.

domingo, junio 25, 2006

Ronda de los buscadores (I)

Si algo encontró en los suburbios de ese mar, fue mucho desconcierto. Muchas ganas de hacer música con tan poca cosa. Con esa paz ansiosa, propia solamente de la lejanía de la tierra, Luis se sentó a mirar las olas a lo lejos. Unas olas minúsculas que ya no rompían con nada, parecían enjambres de cordilleras saltando en algo biscoso. Luis, que nunca acertó pronóstico alguno, ahora intentaba descifrar un mensaje en la conversación del mar. Cuántos días llevaba en ese silencio. Alguna señal, por pequeña que fuera. Alguna regularidad. Algún orden que desde esos montes de agua se extendiera a todo lo que demás. Eso era lo único que pedía. Luis, que nunca creyó en nada, ahora le tenía fe a esa mole de agua. Hay viajes en avión que en unas pocas horas cruzan todo aquello. El decidió ir en barco, buscando algo. No se sabe qué. Algo.